Por Rafael Darío Durán
Inspirado en la Antología del cuento triste, de la autoría de Bárbara Jacobs y Augusto Monterroso, siempre he querido hacer una selección de los boleros tristes, cosa que resulta casi imposible, porque este es considerado un género musical para sufrir el amor y sufrir, necesariamente, implica tristeza.
Me encontrado con el obstáculo de que la mayoría de los boleros hablan de traición, abandono, desamor y muerte.
Es que la música, sobre todo el bolero, es una expresión genuinamente humana, capaz de borrar las barreras que impone la religión, la política, la condición socioeconómica y las fronteras geográficas.
Es universal, humano, el dolor, el sufrimiento, la tristeza y la tragedia y la música, como la poesía, contribuye a exorcizar esos perennes fantasmas con esos motivos, aunque pareciera que somos masoquistas.
No obstante, existen boleros, a mi juicio, que independiente de que se trata de un género para sufrir el amor llevan aparejado una tristeza, que se percibe se respira. He dicho que Pedro Infante me parece un bolerista triste y por ese motivo casi no lo escucho, aunque me gusta cantar algunas de sus canciones.
Boleros tristes para mí y que podría incluir en un futuro en esa especie de antología son: “Atardecer de almas” (Néstor Zavarce), “Moliendo café” (Javier Solís) y “Boda negra” o “El enterrador” (Trío Los Condes).
Jacobs y Monterroso partieron de la idea de que un buen cuento siempre será un cuento triste y esa máxima parece cumplirse con el bolero triste, ese considerado “cebolla”, porque arranca lágrimas y en cierta forma muestra lo que somos, lo que fuimos, lo que estamos pasando y pasamos en un momento de la vida.
Pero esta semana voy a referirme a la recurrencia de la infidelidad en la inspiración de los compositores de boleros o baladas, que les infunden un aire de tristeza, que disfrutamos.
Es que la infidelidad parece prevalecer en las letras de los boleros o baladas. Y precisamente ayer escuché en la radio una canción a la que nunca le había prestado atención y me pareció interesante. Contrario a las acusaciones descarnadas de infidelidad hacia el otro, en esta canción la mujer reconoce que ella cometió adulterio y se arrepiente, sin recurrir a ninguna justificación.
Esta canción es una balada romántica y la interpreta la paraguaya Ermelinda Pedroso Rodríguez D’Almeida, conocida por su nombre artístico de Perla. Una perla de cantante acosada por la depresión, la tristeza y el abandono. Se titula “Estúpidos”, que fue más conocida y popular que su intérprete.
Existen tantos boleros con el tema de la infidelidad que podríamos llenar varias cuartillas mencionándolos. Pero voy a mencionar los que me gustan: “De siete a nueve”, interpretado sentidamente por Vicente Fernández, conocido como Chente. Cuánto sentimiento justificativo le impregna el Charro de Huentitán a esta canción, un dilema que muchos han vivido en su existencia.
Pero el bolero o la balada que más alude a la infidelidad desde el título y que más ha gozado de popularidad, que podría considerarse ícono de esa temática, es “Infiel”, interpretado por María de los Ángeles de las Heras Ortiz, conocida como Rocío Dúrcal (1944-2006).
Con el título de “Infiel” existen varios boleros y baladas, entre ellas una voz de José José (José Rómulo Sosa Ortiz, 1948-2019), conocido como El príncipe de la canción” y otra que forma parte del repertorio de El Trío Los Panchos.
El brasileño Nelson Ned (Nelson Ned D’Ávila Pinto, 1947-2014) nos cuenta una historia terriblemente dramática, que pone de manifiesto las graves consecuencias de la infidelidad, generadora de violencia y muerte en ocasiones y es el bolero “El preso número 9”.
Un bolero que sonó mucho en la radio nacional fue “Amigo de qué”, en voz del cubano Orlando Contreras (1930-1994), que cuenta una doble traición, una motivada por la pobreza y otra por la venganza.
El Trío Los Panchos le pone a un bolero como título “Adulterio”, que es uno de los múltiples sinónimos de infidelidad, y Juan Lockward (1915-2006), “El mago de la media voz”, define esa perniciosa acción como un “Dilema” pues implica, en las letras, una doble infidelidad.
La puertorriqueña Yolandita Monge confiesa y justifica la infidelidad en el abandono del hombre y en el igual derecho que le asiste a compartir otro lecho en la balada “Sí”.
En fin, justificada por unos y satanizada por otros, dependiendo del lugar donde se encuentren, la infidelidad es fuente de tristeza, amargura, de ruptura, generadora de desgracias, pero inspiración constante de compositores en sentidos, amargados y tristes boleros, que todos disfrutamos.