RAFAEL SANTOS
Periodista, escritor e historiador
Un evento cotidiano, una de las tantas tragedias que agobian a las familias en estos tiempos tan inseguros, le permite a Roberto Marcallé Abreu entregarnos una novela que difícilmente podremos olvidar.
Desde la actitud apagada pero insistente de un padre adolorido que ha perdido a su hijo en circunstancias terribles, este autor nos conduce, a través de una trama asfixiante, por escenarios y personajes que nos hacen estremecer y colocarnos las manos sobre la cara para no ver ese mundo poblado de monstruos que está más cerca de nosotros de lo que pensamos.
Quien sufra de problemas cardíacos no debe leer esta novela. No se trata de una broma, pero en caso de incurrir en esa osadía, le advertimos sobre los peligros a que se arriesga. Porque, tras la realidad que creemos conocer aguarda otra poblada de situaciones insospechadas. El infierno está a la vuelta de la esquina y Marcallé nos lo muestra en cada página de Las calles enemigas.
La ausencia de justicia en una sociedad dañada y al borde del colapso. La inseguridad. La deshumanización absoluta. El desamor. La maldad rampante. El silencio cómplice de la prensa. El risible papel de las “autoridades”.
El lector, como en todas las obras de Marcallé, termina por ser parte de la trama y se involucra a riesgo de transformarse en cómplice. Es una obra que mortifica porque te obliga a tomar partido. No deja a nadie indiferente.
Y es, al mismo tiempo, una obra didáctica porque instruye sobre el comportamiento de gente perversa que se mueve en las sombras en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
“Jesús Altagracia sintió, entonces, una insistente vibración en uno de sus bolsillos. Era el teléfono móvil. Se recostó en un recodo para evitar ser víctima de un arrebato y activó la conexión. Pero no escuchó nada. Miró la pantalla y leyó la palabra Oculto. Consultó la lista de llamadas y encontró cinco o seis. La mengua en su capacidad auditiva y el ruido ambiental le imposibilitaron escuchar el aviso. Oculto, oculto, oculto…”
La trama de Las calles enemigas es envolvente. Los sentimientos y las emociones son como un terremoto. Nada ni nadie queda en pie. A mi juicio, esta novela es la novela cumbre de estos tiempos.
La novela se desarrolla en diferentes escenarios. De hecho, se centra en la búsqueda de unos asesinos con poderes intimidantes. Es la historia de David y Goliath. A un hombre apacible y conservador le han asesinado a un hijo. En su desesperación, este personaje se percata de que la sociedad en que vive ya no es la que él conocía. Tropieza con una realidad que ha cambiado hasta lo inconcebible, con unas autoridades indiferentes pero cuya indiferencia en realidad oculta la complicidad. De ahí la razón de su dejadez y su silencio.
“Creo que en cualquier momento me voy del país. Tengo miedo, mucho miedo. Más del que puedes imaginarte. He sabido de asuntos muy graves que ponen en peligro mi integridad personal y la de muchos profesionales que laboramos en este sitio”.
Jesús Altagracia descubre una realidad secuestrada por la corrupción y el crimen. Estas presencias viciosas poseen un dominio absoluto de la existencia de un vasto conglomerado humano. Se trata de la tutela de gente pervertida, dañada, habituada al crimen. Ficciones de índole sobrenatural se combinan con la necesidad de derramar sangre inocente.
Estamos frente a una historia desgarradora y de imprevisibles consecuencias. El autor nos describe un mundo en el que no hay seguridad para nadie porque las instituciones han sido sustituidas por un engranaje al que mueve el apetito desmedido por lo material. Este apetito, a su vez, se conjuga con un estado de impunidad que estimula las aberraciones más escandalosas. Es difícil encontrar una novela tan impecable en toda su estructura en la que se haya abordado con tanta eficacia los pormenores de este submundo en el que no existe ninguna limitante.
Esta novela le sirve al autor para vincular la degradación del entorno con la degradación espiritual visible en todas partes. El desbordamiento de los grupos criminales enquistados en las instituciones que han sustituido la autoridad. La liquidación de la familia y el respeto a los valores tradicionales. La inmadurez y sus peligros. La carencia de una educación sólida y la entrega a los placeres mundanos. La conducta errática e inconsistente de quienes manejan la opinión pública. La degradación de la miseria.
Me impresionaron personajes como Severino, quien asume la inexistencia de la autoridad corriendo riesgos mortales. El sujeto de las gafas oscuras, símbolo de la maldad absoluta.
Esta obra, por su trama, sus personajes y lo que plantea, es un verdadero desafío. Tenemos la esperanza de verla transformada pronto al celuloide, a ver si el espeluznante mensaje sobre nuestras realidades actuales alcanza la mayor cantidad posible de personas.