En República Dominicana, hemos aprendido a vivir con una economía que crece, pero no siempre se desarrolla. Una economía que depende de factores externos —remesas, turismo, inversión extranjera— mientras el capital local permanece tímido, y el Estado, muchas veces, actúa como espectador. Pero ¿y si cambiamos el guion?
Lorenzo Taveras
Hoy quiero plantear una idea que puede parecer técnica, pero tiene implicaciones profundas: una reforma fiscal orientada a capitalizar el Banco Central y corregir las asimetrías sociales. No se trata de recaudar más por recaudar. Se trata de blindar la estabilidad macroeconómica y activar el potencial productivo del país desde adentro.
El Banco Central acumula una deuda cuasi fiscal que limita su capacidad de acción. Si no lo capitalizamos, corremos el riesgo de que la estabilidad que tanto valoramos se vuelva frágil. Pero más allá del balance contable, está el desafío político: ¿cómo lograr que esta reforma no sea revertida con cada cambio de gobierno?
La respuesta está en la institucionalización. En convertir la reforma en política de Estado, no de partido. En crear un fondo fiscal permanente, con reglas claras, transparencia y participación ciudadana. En firmar un pacto nacional que comprometa a todos los actores: políticos, empresariales, sociales; a sostener el rumbo.
Y no menos importante: en usar parte de esa reforma para construir un Estado emprendedor. Uno que no solo regule, sino que invierta, acompañe, y potencie el talento local. Que descentralice la inversión, apoye a los territorios olvidados, y convierta la equidad en motor de crecimiento.
¿Es ambicioso? Sí. ¿Es posible? También. Pero requiere visión, coraje y voluntad de romper con el cortoplacismo que nos ha limitado por décadas.
Capitalizar el Banco Central no es solo una decisión técnica. Es una declaración política. Es decirle al país: creemos en nosotros mismos.