Por Valentín Medrano Peña
Fue un cálido encuentro de primera vez. Las primeras veces tiene la magia de impactar o hacerse olvidables. Su rostro afirmaba su satisfacción, perfecto cuál dibujo bien logrado de animé. Cada trazo, cada confluencia de colores, cada línea bosquejada en armonía inmejorable. Parecía un niño ensimismado y a la vez despierto. La luz se reflejaba y rebotaba en su tersa cabellera. Hago un gran esfuerzo y no puedo recordar su vestimenta. ¿Cómo era? ¿Qué era? No logro recordar.

Me envolvió un sentimiento extraño de plenitud, una calmada alegría y sensación de felicidad. ¿Porqué? Sentía, me embargaban muchos sentimientos, recordé aquella otra ocasión en que sentí algo similar, mi hijo nacía, alumbraba a la vida y me llovían las emociones inexplicables que retumbaron y entrechocaron convulsionando en cada llanto. ¿Porqué ahora?
Bajaba tranquilamente de la pequeña protuberancia. No noté sus pies moverse, siempre me pareció ridículo el movimiento de las piernas al descender. Pero no veía sus piernas, ¿Porqué? Al llegar a mi, estaba yo sólo, busqué y busco en mi memoria la presencia de alguien más. Es raro, me veo sólo en el momento, pero siento la presencia de millones de almas, siento lo que sienten, le ven con agrado a través de mis ojos, sonríen, ¿Porqué? siento su sentir, siento el sentimiento, uno que mora en el colectivo, los siento tan presentes que puedo diferenciarlos.
Conozco a cada quien como quien es, como se siente ser, como quiere ser y siento, siento la sintonía, lloros y súplicas elevados y quietud, amalgama de estáticos cambios. Estoy sólo pero no lo estoy. Soy todos, soy el sentir, reducto de humanidad y esperanzas. Enviado o receptor, humano, nunca más humano.

Sus ojos, Dios, sus ojos. Miraron mi alma, desnudaron lo humano de aquellos humanos que percibía, que sentía. Me vio como jamás me había visto yo mismo. Errores y defectos atendidos, perdonados. ¿Porqué? ¿Porqué? Y esa sensación de pérdida y ganancia mayor inexplicable. ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estoy? Un aire suave, casi un susurro húmedo, acarició mi rostro y su cabello se movía ligeramente. Sentía mucho amor por él, el amor que nace del nacer de niños, el amor por ser inaugurado padre. ¿Acaso es este mi hijo?, ¡Lo es de todos! Gritó el colectivo desde mis adentros.
¿Quién eres y porqué estamos aquí?, ¿Quién soy o qué soy y porqué este sentimiento siamés múltiple?
No hace falta. ¿Cómo pude saber sin saber antes? Eres Charlie Kirk, y yo ¿Soy la humanidad acaso?, pero estás muerto, la prensa así lo afirmó. ¿Acaso yo también lo estoy? ¿Esto es morir? Entiendo, al morirte morimos en parte. Mucho de lo bueno murió y renace en doloroso aprendizaje, nace de forma diferente y vive colectivado más allá del simple ser. Eres Kirk, pero aún no sé quien soy y qué hago aquí. Tú te sabes tú y yo tengo que aprender a ser yo a partir de ti. Moriste, fuiste asesinado ¿Porqué?
¿Cómo pudiste responder a todo? ¿Cómo fue que entendí todo sin que pronunciaras palabra alguna de explicación? Todo, salvo el porqué. Sé quien soy, que soy, incluso donde estoy, este es mi lugar, entraste a mis sueños, pero aún quiero saber, necesito saber, ¿Porqué Charlie Kirk? y ¿Porqué?, ¿Porqué?, ¿Porqué?
Nota y Posdata: Nunca oí hablar antes de Charlie Kirk hasta que fue cegado por una ráfaga mortal de bala irracional. Lo conocí en mis sueños y en ellos lloré al desconocido conocido para el mundo.
El autor
Valentín Medrano Peña, es abogado con especialidad en Derecho Penal, Procesal Penal, Administrativo y Económico y Financiero de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y Derecho Constitucional de la Universidad Castilla La Mancha (UCLM), España.