MONTEVIDEO, Uruguay (EFE).- El expresidente de Uruguay José ‘Pepe’ Mujica falleció este martes en Montevideo a los 89 años, un año después de que le descubrieran un tumor maligno en el esófago.

«Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo», indicó en su cuenta de la red social X el actual mandatario del país sudamericano, Yamandú Orsi.
Pepe Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en la capital uruguaya, y provenía de una familia de floricultores descendientes del País Vasco, comunidad autónoma de España.
Su desarrollo político comenzó en los años sesenta, cuando recurrió a la lucha armada contra la dictadura cívico-militar, desde el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
Esa militancia lo llevó a cumplir prisión junto a su esposa y compañera de vida, Lucía Topolansky, por luchar contra la represión de los Gobiernos autoritarios de la época. Una vez en libertad, Mujica se incorporó a la vida política, que lo favoreció con el voto para ocupar varios cargos de elección popular.
Entre ellos, fue electo diputado por la capital uruguaya en el año 1994 y ocupó el cargo de Senador en 1999.

Durante la presidencia de Tabaré Vásquez fue designado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y posteriormente fue electo presidente de Uruguay, con el 55 por ciento de los votos, cargo que desempeñó entre 2010 y 2015, periodo en el que priorizó la inversión social en aras del bienestar social.
Mujica ha pasado a la historia como «el jefe de Estado más humilde del mundo» por su estilo de vida moderado y sin excesos. Dio el mayor ejemplo de austeridad cuando decidió donar el 90 por ciento de su salario como fondo para cubrir causas sociales.
Al retirarse de la vida política activa, Mujica anunció que continuaría residiendo en su chacra, una pequeña granja ubicada en las afueras de Montevideo, en un sitio llamado Rincón del Cerro.
En el mes de enero de 2024, Mujica fue diagnosticado con cáncer de esófago. Semanas después fue sometido a sesiones de radioterapia; sin embargo, en enero de 2025 anunció que el cáncer de esófago había hecho metástasis en el hígado.
«El cáncer en el esófago me está colonizando el hígado. No lo paro con nada. ¿Por qué? Porque soy un anciano y porque tengo dos enfermedades crónicas. No me cabe ni un tratamiento bioquímico ni una cirugía porque mi cuerpo no lo aguanta», declaró el exmandatario uruguayo a medios de comunicación.
No habrá muchos presidentes

Hubo y habrá muchos presidentes, pero ninguno como José Mujica. No es un elogio, es una constatación: nadie vivió lo que él vivió, ni lo vivió como él lo vivió. Víctima de un cáncer de esófago, Mujica murió en Montevideo este martes a los 89 años, según ha anunciado el presidente del país, Yamandú Orsi.
Presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 como cabeza del Frente Amplio, una agrupación de izquierdas, Mujica nació en el seno de una familia humilde -su padre murió a sus cinco años- y dedicó sus años de juventud a atentar contra ese Estado del que décadas después sería su máximo responsable. Lo hizo como miembro de Tupamaros, la guerrilla urbana de inspiración marxista leninista que nació en democracia y se fue extinguiendo durante la dictadura militar (1973-1985) hasta integrarse precisamente en el Frente Amplio a finales de los 80.
Marzo de 1970: Mujica fue identificado por un policía en un bar, el futuro presidente sacó un arma, dos policías fueron heridos y él recibió seis tiros. De los casi 13 años que pasó en la cárcel montevideana de Punta Carretas -hoy transformada en un centro comercial-, durante siete se le vetó el acceso a los libros, a la lectura. Encapuchado la mayor parte del día, en condiciones de alimentación e higiene catastróficas, un gran triunfo de Mujica en aquellos años fue que los carceleros le permitieran tener en su celda la pelela (el orinal) que su madre le había llevado.

El día que salió de la cárcel la había transformado en maceta, con dos flores. Antes de entrar a la cárcel ya estaba en pareja con Lucía Topolansky, también integrante de Tupamaros, y con ella, que llegó a ser vicepresidente de Uruguay, vivió hasta el día de su muerte.
Mujica se escapó dos veces de la prisión, pero fue recapturado. Se acostumbró a relacionarse con las hormigas, a estar en constante conversación consigo mismo para no enloquecer, aunque hubo momentos en los que perdió la cabeza, víctima del peculiar vacío legal en que se encontraba: al igual que los otros ocho miembros de la cúpula de Tupamaros capturados, Mujica no había sido enjuiciado ni acusado formalmente de nada. Él y esos compañeros eran «rehenes»: la dictadura había decidido que cualquier atentado o hecho de violencia se saldaría con la muerte de uno de ellos.
Vuelve la democracia
El regreso de la democracia, en marzo de 1985, llevó a que los ex Tupamaros salieran de prisión. Fue en los primeros compases del Gobierno del colorado (socialdemócrata) Julio María Sanguinetti, que en 2014, en una entrevista con The Guardian, juzgó con dureza a Mujica, en ese momento presidente: «La dictadura convirtió a los victimarios en víctimas, pero la dictadura la desencadenaron los Tupamaros… Todos los tiros que disparó Mujica fueron contra la democracia».

Nueve años después, Sanguinetti y Mujica presentaron un libro juntos, Conversaciones sin ruido, en el que analizan la historia del Uruguay y sus propias vidas para intentar mostrar que aquellos que piensan muy diferente pueden entenderse. Una síntesis del Uruguay consensual y democrático.
«Aquí estamos este par de viejos, que no abdicamos en nuestra manera de pensar pero nos podemos sentar a hablar, no arrancarnos los ojos y ser conscientes de la responsabilidad que tenemos», dijo Mujica.
¿Se arrepintió Mujica de sus años de guerrillero, de la violencia que impulsó? Es difícil afirmar eso si se atiende a lo que dijo en 2007: «Estoy profundamente arrepentido de haber tomado las armas con poco oficio y no haberle evitado así una dictadura al Uruguay. Porque cuando el pueblo uruguayo quiso poner la pata, [yo] no estaba en la calle para pelear con el pueblo uruguayo, y de eso me voy a arrepentir toda la vida».
El Mujica que más se recuerda, sin embargo, es el de sus años de presidente, en los que impulsó medidas como la legalización de la marihuana, el aborto y el matrimonio homosexual, aunque sus críticos hablan de un profundo «desorden» y de un «mal gobierno».
Su peculiar personalidad lo convirtió en un personaje único. La revista británica Monocle, que con su loa al lujo y la vida despreocupada encarna exactamente lo opuesto a lo que Mujica planteó a lo largo de su existencia, hizo un uso extremo del reconocido ‘spin’ del periodismo de las islas para definirlo como «el mejor presidente del mundo».
Mujica rechazó vivir en el palacete presidencial de Suárez y Reyes y pasó los cinco años de su mandato en la chacra de Rincón del Cerro, al oeste de Montevideo. Allí, en una casa notablemente humilde, rodeado de animales y subiéndose al tractor, el presidente uruguayo confirmaba con hechos su prédica. Años después dijo que llegó a detestar a la gente que le ofreció comprarle por un millón de dólares el destartalado «escarabajo» celeste Volkswagen con que se movía.
Cultor de la informalidad -no vistió corbata nunca mientras fue presidente-, del lenguaje llano y a veces brusco, Mujica no era en general simpático, era más bien huraño, pero su análisis de la vida, de para qué estamos en este mundo, le granjeó gran popularidad y afecto a nivel internacional.
Verso suelto de la izquierda uruguaya, se fascinó en su juventud con el Che Guevara, al que elogió en 2018: «Es un personaje inolvidable. Hay que entender su amor por la vida, porque el desafío es vivir como se piensa o terminar pensando como se vive».
En el tramo final de su vida, Mujica no dudó en afirmar que hubo falsas denuncias contra militares en los juicios por delitos de lesa humanidad, lo que generó un fuerte rechazo en parte de la izquierda uruguaya y entre los familiares de detenidos y desaparecidos. En esas semanas, el ex presidente había decidido hablar, hablar mucho. Encadenó una serie de entrevistas y en una de ellas, habló con la BBC de su encuentro con el ensayista israelí Noah Yuval Harari. Mujica estaba impactado. «Me quebró. Me acuerdo de que me dijo: ‘Tengo miedo de que la humanidad no tenga tiempo de arreglar los desastres que ha hecho'».