Por Homero Luis Lajara Solá
«Decir que la inversión en defensa es un gasto improductivo, es como negar el valor del casco que protege al buque en aguas hostiles»
En alta mar, como en la vida de las naciones, no hay tregua sin preparación, ni paz sin poder disuasivo.

Las Armadas del mundo no se forjan para sembrar guerra, sino para evitarla. Su sola presencia —disciplinada, organizada y alistada— actúa como ancla de estabilidad y freno a la tempestad del conflicto.
Decir que la inversión en defensa es un gasto improductivo, es como negar el valor del casco que protege al buque en aguas hostiles.
Defender la nación no es un lujo: es una necesidad estratégica.
No se trata de gastar sin rumbo, sino de invertir con bitácora clara, según una estrategia nacional que trace el derrotero hacia una paz sostenible.
Porque antes de ofrecer seguridad a otros puertos, debemos asegurar el nuestro.
No existe paz real sin seguridad nacional. No basta la retórica de los escritorios sin experiencia en el terreno.
La doctrina militar no es un adorno: es oxígeno de la soberanía y la economía, indispensable para el desarrollo y la estabilidad de los pueblos.
A quienes abrazan la noble carrera de las armas, no los guía el deseo de combate, sino el compromiso de evitarlo.
Son vigías del horizonte, centinelas del porvenir. Su vocación es el sacrificio, su misión es la paz, y su honor, inquebrantable como la quilla de un buque en la tormenta.
Porque la paz verdadera navega armada. Y su timón lo llevan los valientes.